De la trinchera a la tarima, la cultura boricua no se rinde

https://www.youtube.com/watch?v=ms4ETz5RXIY Análisis comparativo: 'Pitorro de coco', los Borinqueneers y 'Si yo fuera alcalde' Bad Bunny ha declarado en varias entrevistas que su disco DeBÍ TiRAR MáS FOToS está lleno de “dobles mensajes” que pueden interpretarse de múltiples maneras. Tal como explor

Análisis comparativo: ‘Pitorro de coco’, los Borinqueneers y ‘Si yo fuera alcalde’

Bad Bunny ha declarado en varias entrevistas que su disco DeBÍ TiRAR MáS FOToS está lleno de “dobles mensajes” que pueden interpretarse de múltiples maneras. Tal como exploramos con “Weltita“, “Pitorro de coco” es otro ejemplo de esa intención: ofrece una lectura íntima (en la letra), marcada por la nostalgia amorosa, y otra histórica (en el visualizer), relacionada con la memoria cultural. Un análisis del tema que samplea, “Si yo fuera alcalde” de Chuíto el de Bayamón, enriquece aún más el mensaje, revelando cómo el pasado y el presente se entrelazan en una misma voz.

Estas tres obras —la historia de los Borinqueneers, la canción de Chuíto el de Bayamón “Si yo fuera alcalde” y la canción de Bad Bunny “Pitorro de coco”— comparten una historia común: El pueblo puertorriqueño ha resistido desplazamientos, pero ha sostenido su identidad y dignidad a través de la música, el orgullo cultural y la crítica activa.

Este ensayo conecta estas tres obras a través de cuatro temas principales: la migración, la identidad, el poder y la música como forma de resistencia.

Migración y desplazamiento

En los tres casos, vemos a personas puertorriqueñas lejos de su tierra. Los Borinqueneers, muchos de ellos jóvenes que nunca habían salido de la isla, fueron enviados al otro lado del mundo a luchar en una guerra ajena, un desplazamiento físico y simbólico por intereses coloniales. Además del conflicto bélico, enfrentaron el racismo y las barreras lingüísticas dentro del mismo ejército, lo que acentuó aún más su sensación de desarraigo.

En la canción de Chuíto, el narrador canta: “un paseo daría por el mundo entero, Nueva Yor primero”. Esta línea habla de viajar a Nueva York, como lo hicieron muchas personas de Puerto Rico buscando mejores oportunidades. Representa la experiencia de una diáspora voluntaria, provocada por la falta de oportunidades en la isla.

En “Pitorro de coco”, el verso “dicen que estoy en un viaje” también sugiere una distancia, esta vez afectiva, expresada a través de la melancolía navideña. La Navidad y el Año Nuevo no son simplemente fechas: son recordatorios de lo que falta y de lo que todavía se sostiene. El narrador está solo, recurriendo al pitorro, una bebida tradicional y familiar, como consuelo simbólico. Ese pitorro, “sabiendo a licor”, como dice Chuíto en “Si yo fuera alcalde”, no es solo una bebida: es un pedazo de su hogar, un regalo de su abuelo, una forma de arraigo cultural que permanece incluso cuando la festividad se vive en separación.

Identidad puertorriqueña y orgullo cultural

A pesar de estar lejos de la isla o en contextos difíciles, la identidad puertorriqueña sigue muy presente. Los Borinqueneers adoptaron ese nombre usando la palabra indígena Borikén, como una forma de decir con orgullo: “Somos de aquí”. En el campo de batalla, también llevaron banderas, reafirmando su identidad en medio del conflicto.

Chuíto expresa ese orgullo a través del deseo de servir a su comunidad. Imagina que, si fuera alcalde, “llevaría un templete, a darle un banquete… mi pueblo querido, cuánto gozaría”. En otras palabras, quiere compartir, celebrar y cuidar a su pueblo. Eso también es una forma de afirmar la identidad cultural.

Bad Bunny actualiza esa identidad desde una perspectiva emocional y cotidiana. En el verso “Que me trajo abuelo pa que vacilara, no pa que… llorara”, combina lo tradicional (el pitorro hecho por el abuelo) con lo afectivo (una ruptura amorosa), reafirmando una identidad cultural que resiste incluso en los momentos de dolor. El abuelo, el ron casero y una fiesta marcada por la soledad condensan un sentimiento de continuidad cultural: incluso en la tristeza, la cultura acompaña.

La identidad también se afirma en la forma de hablar. Chuíto usa un español popular y sonoro, donde formas como “arcarde” o “de barde” reflejan su origen jíbaro y su orgullo cultural. Los Borinqueneers, aunque integrados al ejército estadounidense, hablaban español entre ellos y muchas veces no entendían las órdenes en inglés, lo que marcaba su diferencia lingüística dentro de una estructura ajena.

Por su parte, Bad Bunny en “Pitorro de coco” revela un español vivo, coloquial y caribeño, donde la identidad se afirma no solo en lo que se dice, sino en cómo se dice. Versos como “los brother’ me la montan” combinan anglicismos (los brother’: hermanos), expresiones locales (me la montan: se burlan de mí) y la omisión de la “s” final, típica del español hablado en el Caribe, para dar cuerpo a una voz auténtica y contemporánea, profundamente puertorriqueña. También emplea metáforas coloquiales cargadas de cultura cotidiana, como “te fuiste como la luz” (que alude a los apagones frecuentes en la isla) o “con el doble seis y doble cinco me trancaste el juego” (que remite al dominó, un juego popular en Puerto Rico). En los tres casos, el idioma no solo comunica: afirma quiénes son y de dónde vienen.

El poder

Los tres textos abordan el tema del poder desde distintas perspectivas, mostrando una evolución que va desde su deseo, hasta su uso activo o su ausencia.

En “Si yo fuera alcalde”, Chuíto imagina el poder como una herramienta para el bien común. Canta: “A mi patrio nido serviría de balde”. Sueña con gobernar no para sí mismo, sino para servir a su comunidad. Su visión es idealista: el poder no es un fin, sino un medio para cuidar, embellecer y alimentar al pueblo. Sin embargo, al decir “si mucho dinero tuviera yo un día”, también deja ver una crítica sutil: para poder ayudar a su pueblo, primero tendría que ser rico.

En el caso de los Borinqueneers, se destaca la tensión entre obedecer y conservar la vida. Cuando los soldados se negaron a cumplir una orden que consideraban suicida, defendieron su derecho a decidir sobre sus vidas por encima de una lógica militar impuesta por una estructura colonial. Ese acto marcó un momento clave de resistencia colectiva: usaron el poder limitado que tenían para afirmar su humanidad, aunque fueran luego castigados por ello —y más tarde aún, reconocidos por su valentía.

En cambio, en “Pitorro de coco”, Bad Bunny transmite una experiencia más dolorosa: la del que ya no tiene poder. Aunque no hay una crítica política directa, la tristeza del personaje revela una sensación de abandono, de estar solo dentro de un sistema que no funciona. No hay poder para cambiar lo que duele, solo el recurso simbólico de la memoria, el pitorro y la música. Frente a ese abandono, su gesto es el del que siente, recuerda y sobrevive.

La música como resistencia

En los tres casos, la música no es solo entretenimiento: es una herramienta para sobrevivir y afirmar la identidad. Los Borinqueneers llevaron sus guitarras y canciones a Corea como una forma de mantener viva su cultura incluso en medio de la guerra.

Chuíto también sueña con llevar su música por el mundo. Dice: “Llevaré una trulla, cuatro, güiro y puya”, mencionando instrumentos tradicionales que evocan alegría, identidad y comunidad. Es notable que una trulla también aparece en el visualizer de “Pitorro de coco”, lo que refuerza la idea de que la trulla no es solo fiesta: es una forma de expresión colectiva, una identidad sonora y un símbolo de pertenencia cultural.

Bad Bunny hace algo similar al samplear “Si yo fuera alcalde” en “Pitorro de coco”. Aunque no repite sus versos, los incorpora en la base musical. El gesto de samplear a un trovador jíbaro es, en sí mismo, un acto de resistencia cultural transgeneracional. La música jíbara no desaparece: se transforma, se resignifica y se afirma en nuevos códigos. Así, lo viejo y lo nuevo se encuentran y la tradición se mantiene viva, adaptada a los tiempos actuales.

Conclusión

Estas tres obras demuestran que la música, la memoria y el orgullo cultural son herramientas poderosas que el pueblo puertorriqueño ha utilizado para resistir, denunciar y celebrar quiénes son. Aunque cambien los escenarios —la guerra, el campo, la ciudad o la pista de baile—, la dignidad colectiva sigue afirmándose a través de lo simbólico, lo sonoro y lo afectivo. Ya sea con un güiro, una trulla, un pitorro o un sample, el pueblo puertorriqueño sigue afirmando su voz con cada ritmo, cada verso y cada sorbo. Desde la trinchera hasta la tarima, la cultura boricua no se rinde.